Además, ya no es un padecimiento exclusivo de la población de adultos mayores, sino que afecta a individuos cada vez más jóvenes. Lea y conozca cómo prevenir su aparición.
Es paradójico, pero cierto: a pesar de que en la actualidad contamos con información detallada respecto al contenido nutricional de los alimentos, así como sobre las necesidades de vitaminas, minerales, proteínas y carbohidratos del organismo humano, es cada vez mayor el número de personas que adopta una dieta con abundante cantidad de grasas, carne y harinas refinadas, a la vez que pobre en frutas y verduras.
El dato no es anecdótico, sino preocupante, ya que este mal hábito ha originado dramático aumento en el número de pacientes con problemas en el sistema digestivo, concretamente cáncer de colon (intestino grueso) y recto (porción del sistema digestivo anterior al ano), a la vez que hoy afecta a poblaciones que antes eran más saludables.
Así se expresa el Dr. Abel Jalife Montaño, médico cirujano especializado en Coloproctología en el Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional La Raza, quien respecto a la importancia de la alimentación señala: “Japón presenta menos casos de cáncer en recto y colon que Estados Unidos, pero a través de estudios se ha observado que las personas de ese país asiático que residen en la nación norteamericana padecen tumoraciones del intestino grueso en proporción similar a los anglosajones, probablemente por el cambio de dieta”.
Este mismo hecho ha alcanzado a la población mexicana, ya que la adopción de la llamada “comida rápida” y el mantenimiento de algunas costumbres perjudiciales ha generado dramático aumento de la enfermedad. Así, mientras que en 1940 los distintos tipos de cáncer no aparecían dentro de las 10 principales causas de muerte, desde 1990 se tienen como la segunda, sólo detrás de las afecciones cardiacas.
Concretamente, el cáncer colorrectal pasó de ser un padecimiento exclusivo de otras naciones (curiosamente de Inglaterra y países que formaron parte del imperio británico, como Escocia, Sudáfrica, Australia y Estados Unidos) a ser la sexta enfermedad tumoral más frecuente y la de mayor incidencia en el sistema digestivo, sólo detrás del cáncer gástrico.
Pero no sólo eso, ya que “antes la mayor incidencia se ubicaba entre 60 y 65 años de edad, pero hemos descubierto cada vez más casos en personas menores de 40, 30 y hasta 20 años. También se ha incrementado en mujeres, de modo que ahora encontramos este padecimiento en ellas y ellos por igual, entre otras causas por el aumento del tabaquismo en la población femenina”, asegura el también miembro de la Sociedad Mexicana de Cirujanos del Recto y Colon.
Formación y etapas
Aunque no se han precisado todas las causas que desencadenan este mal, se sabe que su origen radica en el crecimiento desordenado de células de la mucosa (tejido liso que recubre el interior del tubo digestivo) del colon y recto; en concreto, 95% de los tejidos cancerosos inician en el epitelio o “piel” que forma la capa más superficial, y reciben el nombre adenocarcinomas, en tanto que el resto se originan en el músculo o en los ganglios linfáticos (que impiden el paso de bacterias o toxinas provenientes de alimentos al torrente sanguíneo); éstos últimos también se conocen como linfomas.
Al respecto, el Dr. Jalife Montaño ahonda: “Se ha calculado que en un país occidental hay 10 casos de cáncer en colon por cada 100 mil habitantes que no han tenido antecedentes familiares, y que el riesgo aumenta 10 y hasta 100 veces si hay uno o más parientes en línea directa que hayan desarrollado el padecimiento; esto no es casual, ya que hay estudios que demuestran que la presencia de ciertos genes se asocia a mayor frecuencia de las tumoraciones”.
Generalmente, explica el coloproctólogo, el problema inicia con la formación de un pólipo o alteración en la parte superficial de la mucosa, similar a una verruga, que crece lentamente y puede convertirse en un tumor maligno que penetra paulatinamente en las paredes del colon.
Cuando la malformación de tejido es pequeña y no rebasa la membrana basal o capa que une a la mucosa con el músculo del intestino, se dice que se encuentra in situ o en etapa 0. En cambio, cuando ha superado esta barrera se habla de un tumor invasor, cuyas etapas clínicas se dividen en cuatro:
El tejido cancerígeno (clínicamente llamado neoplasia) rebasa la membrana basal y se empieza a desarrollar en el músculo del colon y recto.
La neoplasia abarca toda la pared intestinal, incluso la grasa que se encuentra alrededor.
El tumor se aloja en los ganglios linfáticos, que filtran a los nutrientes obtenidos de los alimentos antes de incorporarlos a la sangre.
Las células cancerígenas se dispersan a otros órganos a través de la circulación sanguínea; por lo general el primer órgano afectado es el hígado, ya que es el sitio por el que la sangre del tubo digestivo pasa primero. Este proceso también recibe el nombre metástasis.
Asimismo, el Dr. Abel Jalife Montaño comenta que quienes padecen esta enfermedad pueden agruparse en dos grandes categorías, dependiendo del lugar en que se localice la neoplasia. Cuando el daño se sufre en el lado derecho del colon es probable que se presente sangrado abundante, mismo que llega a ser visible durante las evacuaciones; a su vez, si el cáncer se presenta del lado izquierdo, donde el tubo digestivo es más delgado, hay estreñimiento o dificultad para expulsar las heces.
Por desgracia, estas manifestaciones son más notorias cuando el tumor ha avanzado mucho. Explica el especialista: “Desafortunadamente, gran cantidad de los pacientes que detectamos en el Hospital General de México llegan a consecuencia de la anemia generada por la pérdida de sangre o por un cuadro agudo de obstrucción intestinal, y al hacer los estudios pertinentes o al operar de urgencia descubrimos que se trata de cáncer en etapas 3 o 4, cuando ya el tratamiento es complicado o no puede tener fines curativos”.
¿Difícil detección?
A decir del coloprocólogo, es casi imposible que una persona detecte por sí misma el cáncer de colon en fases 1 o 2, ya que, como en la mayoría de las neoplasias, casi no hay síntomas. “El paciente puede notar que le costó trabajo evacuar o que el tamaño del excremento fue un poco más pequeño, pero es algo tan vago e inespecífico que no se piensa que sea una manifestación inicial de este padecimiento. Los pólipos que hay en las primeras etapas son muy pequeños (miden aproximadamente 5 milímetros), de modo que para generar alteraciones que se puedan detectar necesitan crecer mucho”.
La única manera de diagnosticar este padecimiento en etapas iniciales es a través de revisiones periódicas efectuadas por médicos especialistas (coloproctólogo o gastroenterólogo endoscopista), cuya frecuencia quedará determinada de acuerdo al grupo de riesgo al que se pertenezca:
Bajo. Son personas sin antecedentes familiares de cáncer colorrectal; se recomienda que asistan a revisión a partir de los 35 años cada dos años.
Intermedio. A quienes tengan un pariente en línea directa que haya padecido la enfermedad se les aconseja acudir a revisión desde los 20 años una vez cada 12 meses. Luego de 2 o 3 resultados negativos, pueden revisarse cada 2 años.
Alto. Es la población con dos o más familiares en línea directa que hayan sido afectados o quienes tienen alguna enfermedad que predisponga a este mal, como colitis ulcerosa crónica (inflamación y ulceración intermitente del intestino grueso) o poliposis adenomatosa familiar (PAF, que es una enfermedad hereditaria que se caracteriza por la presencia de numerosos pólipos en el colon). Su seguimiento debe iniciar desde los 10 años de edad, en forma anual.
Por su parte, los métodos de diagnóstico más empleados y útiles para la detección son:
Determinación de sangre oculta en heces. Es una prueba muy sensible (97% de efectividad) que permite encontrar restos de hemorragia intestinal en personas que no presentan síntomas.
Tacto rectal. Útil para determinar la presencia de neoplasias en recto, así como su forma y tipo.
Rectosigmoidoscopia. Es un examen interno del recto y la parte final del intestino grueso empleando pequeña cámara. En la actualidad es una de las herramientas más útiles de detección; no requiere anestesia, permite retirar muestras de tejido (biopsia) para su revisión en laboratorio y es fácil de efectuar.
Colonoscopía. Es un estudio mucho más completo que abarca la totalidad del colon a través de diminuta cámara. También permite tomar células anormales para su estudio.
Tratamiento
La terapia para la erradicación o el control de cáncer colorrectal depende en gran medida de la etapa en que se detecte, así como del sitio en que se localiza la neoplasia. En cualquier caso, lo que se buscará es eliminar los tejidos afectados.
“En etapas iniciales no realizamos grandes operaciones y son relativamente sencillas -explica el Dr. Abel Jalife Montaño-; el tratamiento programado consiste en eliminar el sitio afectado. En la etapa 0 retiramos el tumor y prácticamente se ha curado el mal, mientras que en la 1 y 2 se recurre a resección amplia, es decir, se seccionan 5 centímetros de tejido normal alrededor de la neoplasia, y luego unimos los extremos del colon”.
Sin embargo, el coloproctólogo aclara que el tumor se vuelve más problemático en tanto más cerca esté del recto, y si se encuentra extendido puede obligar a la realización de “una colostomía definitiva, que es una intervención quirúrgica radical debido a que se retiran el recto y ano”, y luego se hace una apertura en el vientre a través de la cual defecará la persona el resto de su vida.
Asimismo, se ha establecido que los pacientes en etapa clínica 3 y algunos en la fase 2 deben someterse a quimioterapia, es decir, tomar medicamentos que eliminen células cancerígenas que hayan quedado o que pudieran extenderse por el torrente sanguíneo. El inconveniente de esta técnica radica en que los fármacos empleados afectan a otras mucosas y generan reacciones secundarias, como nauseas, vómito, diarrea y mala absorción de alimentos. Además, algunos especialistas sugieren que los tumores en recto siempre requerirán radioterapia (materiales radiactivos que eliminan a las células dañinas).
Por su parte, los pacientes en etapa 4 reciben tratamiento poco agresivo a fin de que tengan una existencia tranquila durante el tiempo que les reste de vida. Y es que, a decir del especialista, la sobrevida (tiempo de supervivencia después de la terapia) de quienes padecen cáncer colorrectal depende en gran medida del momento en que se diagnostique, ya que “cuando han pasado 5 años desde que recibieron atención médica, los pacientes en etapa 0 sobreviven casi en un 100%; en etapa 1, 80%; en la 2, 60%; en la 3, 40% y en la 4 sólo del 20% al 30%”.
Nada como la prevención
Se requiere seguir dos medidas básicas para evitar el desarrollo o evolución del cáncer colorrectal y sus desagradables consecuencias: cuidar la alimentación y asistir a revisiones periódicas de acuerdo al grupo de riesgo al que se pertenezca.
Respecto al primer punto, el Dr. Jalife Montaño explica que aunque se recomienda el consumo de alimentos con vitaminas A, E y C, los estudios científicos no han arrojado conclusiones definitivas; en cambio, “el único producto que ha mostrado resultados positivos como factor preventivo es la fibra proveniente de productos vegetales (avena, lentejas, almendras, maíz, chícharo, zanahorias, calabaza, brócoli, guayaba, mango, higos, ciruelas y uvas), concretamente cuando se ingieren entre 25 y 30 gramos al día, lo que equivale a 1 o 2 platos de cereal”.
De acuerdo al especialista, los pueblos africanos presentan el índice de cáncer de colon más bajo del orbe, pero también la cantidad de fibra en dieta más alta. A través de esta observación se han realizado estudios y en la gran mayoría se ha determinado que este tipo de carbohidratos tiene efecto protector para la salud. También destaca que es útil sustituir las harinas refinadas por integrales y cambiar el azúcar blanca por la que es morena o moscabado.
En contraparte, recomienda eliminar la comida rápida, rica en grasas, y las carnes asadas (fuente de numerosas toxinas), así como los productos elaborados en aceite que se fríe continuamente, como tacos y antojitos. Pero, además de esto, indica que “los alimentos se deben masticar varias veces y despacio, pues es menos agresivo para el tubo digestivo procesar algo bien molido y mezclado con saliva y jugo gástrico. Comer rápido es un factor irritante que tarde o temprano genera alteraciones en colon y recto”.
En cuanto a los estudios de detección, el coloproctólogo afirma que todavía hay mucho miedo para someterse a revisión, sobre todo en hombres. Sin embargo, explica que “una rectosigmoidoscopia tarda entre 5 y 10 minutos, y aunque su preparación es un poco molesta porque tiene que vaciase la parte final del recto y colon con ayuda de un laxante, es un contratiempo mínimo si se le compara con los problemas derivados de la quimioterapia o la colostomía, sin considerar que al no recibir atención el desenlace suele ser fatal”.
Por ello, concluye: “Es absurdo correr un riesgo tan alto sólo por no dejarse revisar, sobre todo porque quien padece las consecuencias de una enfermedad así no es sólo el paciente, sino también su familia”.