Historia de vida. Donación de órganos, labor que salva vidas

Por: Iveth Vivas

Después de dos décadas de nacido, a Alfonso Rangel Reséndiz le diagnosticaron este padecimiento y desde entonces su madre, María Loreto Reséndiz Erreguin de 47 años de edad, ha luchado incansablemente por el bienestar de su hijo.

En primera instancia, María no sabía de la gravedad de la enfermedad, “no alcanzaba a comprender que tan difícil era; con el paso del tiempo nos dimos cuenta que era peligrosa y la noticia afectó a la familia. Pero cuando eres madre sientes que te mueres, porque siempre queremos lo mejor para los hijos y cuando los vemos enfermos se nos viene el mundo encima. ¡Qué hubiera dado para que en ese momento la enfermedad la tuviera yo y no él”, confiesa en sentida entrevista a LaSalud.mx

Los malestares se presentaron de una forma inusual, sin mostrar la sintomatología habitual. “Mi hijo comenzó a sentirse mal, a tener constantes fiebres, dolor de huesos en sus brazos, la espalda y no sabíamos qué era”, comentó Loreto. Así fue el inicio de un andar entre médicos, análisis clínicos y resultados inconclusos.

“No comprendíamos qué pasaba, pero un día la temperatura no cedió y yo me preocupé, sabía que algo andaba mal”, de inmediato acudieron con un médico privado en Ixmiquilpan, Hidalgo, lugar donde radican desde hace varios años.

El resultado de distintos análisis no fue determinante, por lo que el médico que lo atendió tomó la decisión de enviarlo con un especialista, quien también dio la orden de realizar más pruebas clínicas, de las cuales se pudo obtener que Alfonso tenía anemia y su nivel de proteínas era insuficiente.

“El médico nos explicó que eso de ‘tirar’ proteínas era algo delicado, pero tampoco entendía de qué se trataba”. Al no tener un resultado concluyente, el médico le recomendó a la familia acudir con otro especialista.

Un poco de luz en la oscuridad

El andar de consultorio en consultorio por fin trajo un poco de esperanza y al mismo tiempo preocupación a María y su hijo, ya que después de realizar un ultrasonido a sus riñones, el especialista informó a la familia de una anomalía en ese órgano. “Nos dijo que estaba dañado, que se veían manchas, pero ¿qué es eso?”. Después de ese diagnóstico, Alfonso pasó por otros dos especialistas hasta que llegó al Instituto Nacional de Cardiología, Dr. Ignacio Chávez, donde sin más rodeos les informaron que tenía daño renal y que sus riñones sólo funcionaban del 40% al 50%.

“Con la noticia, nuestra vida cambió totalmente, entramos en pánico, nos preocupamos porque dijimos ¿qué vamos a hacer? No tenemos familia en el Distrito Federal, no tenemos nada”. Las citas en el Instituto comenzaron a ser constantes, el traslado de tres o cuatro horas desde Hidalgo a la Ciudad no le importaban a María, “salíamos a las cuatro de mañana para llegar a tiempo al laboratorio donde le harían más estudios”.

Después de dos meses de ir a consultas y revisiones periódicas a Alfonso se le diagnosticó insuficiencia renal. “Yo creo que mi hijo no se daba cuenta de lo que significaba padecer eso. Le decía que se tenía que cuidar, tomar sus medicinas, cuidar mucho su salud, su bienestar, pero él no lo entendía así. No hizo caso de las recomendaciones y no llevaba su tratamiento como debía”, asegura María.

Con el paso del tiempo…

Alfonso se pudo mantener estable con el consumo diario de al menos dos pastillas durante cinco años. Pero un día cayó enfermo y al acudir con el médico recibió un tratamiento inadecuado para su condición, según informa María.

“En diciembre del 2012 se intoxicó, porque dos meses antes se enfermó de la garganta y los médicos le habían dicho que si se enfermaba, tenía que informar acerca de su daño renal para que le dieran el medicamento adecuado”.

Las consecuencias de ese error casi le cuestan la vida a Alfonso. Su cuerpo comenzó a rechazar la dosis y se intoxicó de manera brutal, a tal grado que su cuerpo sufrió los estragos de la enfermedad.

“Se le subió la presión y entonces a mi hijo se le dañaron rápidamente los riñones. Ese medicamento aniquiló la salud que él había conservado en 5 años y disminuyó la funcionalidad de sus riñones y sólo llegó a contar con el 15% de su capacidad”.

“Él se empezó a debilitar, le bajó el apetito y le empezó a cambiar el color de la piel, él era chapeadito y perdió su colorcito y se empezó a poner amarillento, transparente, pero él no nos decía y se aguantó”.

Sin embargo, el deterioro en la salud de Alfonso se aceleró por lo que acudieron de urgencia al Instituto Nacional de Cardiología. El trago amargo que sufriría la familia fue inminente, las alternativas de tratamiento se limitaban y sólo quedaban pocas para salvar la vida de Alfonso. La primera opción que los médicos del Instituto dieron al joven de 26 años en ese entonces, era la diálisis peritoneal.

“Cuando nos dijeron que le iban a hacer la diálisis nos preocupamos mucho, ahí nos dimos cuenta de qué era la enfermedad, porque no sabíamos de su alcance, cómo se ponen los enfermos. Yo sí tenía temor y cada que acompañaba a mi hijo me daba miedo y casi se me salían las lágrimas, pero no quería que me viera y se preocupara. Pero antes de que él se intoxicara nos decían que ya debía hacerse la diálisis, pero no la aceptábamos ni él ni yo, porque ¿cómo le van a perforar su estómago? y yo trataba de buscar medicinas alternativas pero no había”.

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Esperaban buenas noticias

María, en su afán por recuperar la salud de su hijo pedía “un milagro”, que le dijeran que sus riñones funcionaban. “Tenía temor de la diálisis, qué le iba a pasar. Era muy doloroso”.

La situación no se veía alentadora, ya que para realizar la diálisis, Alfonso tuvo que esperar más de dos meses para que una cama y un quirófano estuvieran disponibles en el Instituto Nacional de Cardiología.

El estado de salud de “Ponchito”, como le dicen en casa, se agravó en ese periodo y una noche acudieron de urgencia al Instituto para comenzar las diálisis que ya eran necesarias. “Mientras íbamos en el carro, yo sabía que iba a ser algo malo”.

Alfonso comenzó las diálisis que no sólo le causaron dolor, consigo vino un deterioro en la economía familiar. Los gastos aumentaron y los ingresos no parecían ser suficientes. Adquirir las bolsas que se necesitaban para el tratamiento costaba más de $500 y sólo cubría la capacidad para dos días.

María y su familia se dedican al comercio. En Hidalgo tienen un local donde vende pollo procesado y comenta: “gracias a Dios, en ese tiempo nos fue bien con la venta y pudimos sacar todos los gastos, no como ahora que ya casi no se vende”.

Sin embargo, la salud de Alfonso no mejoraba e inminentemente se llegó a contemplar la decisión de trasplantarle un órgano. Entrar a una lista de espera era una alternativa, pero los médicos explicaron a la familia que recibir un riñón por esa vía podía tardar años, por lo que la donación de órganos en vida por parte de un pariente cercano era la única opción.

“El temor también estaba en la familia por saber quién de los integrantes iba a ser el donador. No sabíamos si seguir o qué hacer, queríamos buscar algo diferente, pero sabíamos que no íbamos a encontrar nada más”.

Ahora, ¿Quién va a donar el riñón?

Para determinar quién iba a donarle el riñón a “Poncho”, la familia hizo un consenso y en primera instancia María y su esposo eran los posibles donadores. Por recomendación del médico, ambos se hicieron las pruebas de compatibilidad y en los dos resultó positiva. Pero María, en el fondo, ya sabía que iba ser ella quien le diera a su hijo ese vital órgano.

“Mi esposo es nervioso, es el sostén de la casa, en el trabajo carga cosas pesadas y no podemos contratar a alguien más para que haga el trabajo; además, está gordito. Yo iba a ser la donadora”.

En principio, María tenía miedo de la cirugía y lo que ésta implicaba, por lo que decidió informase al respecto e indagó con otros enfermos sobre su experiencia y así fue como se dio cuenta de que “no debía tener miedo, en el hospital están muy capacitados y trabajan muy bien, para mí son como una familia”.

Sí llegó un milagro

Después de hacer los arreglos correspondientes y llevar a cabo en el Instituto Nacional de Cardiología la donación y trasplante de riñón que María dio a su hijo, la familia recibió una buena noticia. “Un día me hablaron por teléfono y me dijeron que me darían un reconocimiento por la donación”.

“Me emocioné mucho cuando supe de la noticia, hasta quería llorar, y me pregunté; ¿cómo me van a dar un reconocimiento si fue para mi hijo?, el riñón fue para mi hijo y ¿por qué nos van a reconocer? No comprendía, pero sentí muy bonito”.

La Fundación Carlos Slim reconoce a donadores de órganos voluntarios en vida o después de ella y otorga un reconocimiento a estas personas entregándoles una estatuilla para conmemorar su labor.

Pero María no sólo recibiría un galardón, también fue acreedora de un apoyo económico por parte de la Fundación, después del trasplante.

Se otorgaron los reconocimientos en el Instituto Nacional de Cardiología y la mamá de Alfonso estuvo presente. “Cuando pasé al estrado lloré, me emocioné mucho. Cuando pasó el testimonio de un donador recordé todo, volví a vivir lo que pasé, los años de sufrimiento de la enfermedad, lo que vivimos. Todo lo que sentí”.

Ante tal hecho, María agradece todo el apoyo que le otorgó tanto el Instituto como los médicos. “En nombre de mi familia les doy las gracias a cada enfermera y a cada trabajador que forma parte del Instituto. Y como dijo el licenciado Carlos Slim Domit, los milagros suceden y los ángeles viven en la tierra, esos ángeles son los donadores”.

María ahora reconoce el valor de la donación y está a favor de ella, comenta que es lo más maravilloso que puede hacer un ser humano y sobre todo si se trata de un ser que ama, como lo es un hijo. Ahora sabe que le “gustaría donar sus órganos después de la muerte”.

Alfonso recibió de su madre hace ocho meses un riñón y ahora su condición está estable, y dedica sus días a cuidar su salud y disfrutar el regalo que nuevamente le brindó su madre: la vida.

Acerca Redacción

Equipo de redacción de la red de Mundodehoy.com, LaSalud.mx y Oncologia.mx

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